¿Quiere lanzar la primera piedra?
Manuel Bermúdez Romero
Desea alguien comprobar la condición vandálica del venezolano común…
Es fácil y no requiere mayores indagaciones ni estudios. Váyase a la calle y conviértase en peatón. Bastará que lo haga por unas horas. No necesita más tiempo para convencerse de que es certera esta afirmación.
Lo comprobará dondequiera que viva. Caracas, Barquisimeto, Maracaibo, Maturín o en cualquier otro “rinconcito ensoñador de mi patria soberana”.
Y es que están de adorno los pasos peatonales en Venezuela y quien venga del exterior y los observe, sobre todo cuando están recién trazados en asfalto renovado, pudiera creer que somos ciudadanos civilizados. Pero nomás intente atravesar uno, sobre todo si no está controlado por un semáforo, para que tenga prueba de que nuestros conductores son, en general, potencialmente asesinos.
Intentando atravesar y antes de lograr llegar al otro borde de la calle, el caminante tendrá que abstenerse muchas veces, llenarse de valor y pasar en grupo, protegerse de varias embestidas, torear.
Como en el béisbol, tendrá que tomar las mismas precauciones de quien se va al robo de la segunda base. También, hacer gestuales ruegos por misericordia para que le den una “ayudaíta” y le permitan transcurrir.
Hombres o mujeres, nuestros conductores no sólo no bajan la velocidad, sino que -por el contrario- aceleran cuando divisan transeúntes que intentan utilizar el rayado; encienden y apagan las luces para advertir que quien tiene que detenerse es usted peatón y no ellos o, para que se apure, si es que se encuentra a mitad del trecho.
Choferes hay que llegan al horror de gritar insultos a quien se mueve con parsimonia no necesariamente porque el transeúnte así lo desea, sino porque está impedido, le cuesta caminar y menos puede trotar para evitar que le encimen el carro.
Si analizáramos la psique del compatriota por la mala conducta que exhibe frente al volante y la proyectamos a otros ámbitos de actuación, queda la convicción de que son cavernarios con auto que usan como arma, y poco dispuestos a corregir repetitivos abusos y comportamientos amenazantes.
Un verdadero ser humano no tira su automóvil ni a un perro realengo, imagínese hacerlo contra una persona que atraviesa el rayado de una calle.
Es por atropellos de este corte que se concluye que las dificultades venezolanas y sus soluciones requieren supremos esfuerzos dirigidos no solamente a desalojar a la malandra élite chavecista en el poder y desterrar el mal ejemplo que da, sino a revisar la conducta criminal de buena parte de nuestros paisanos, puesto que pocos pueden tirar la primera piedra.